Reunión familiar. De esas en las que la conclusión final, aparte de "eres el vivo reflejo de tu mamá", es que tragarse las palabras también cuenta como autoflagelación. El tío que no recordaba, los primos que no conocía, el abuelo que nunca llama y toda esa gente feliz que comparte y recuerda. Me siento ajena. Qué bonitos se ven, siendo más familia de todos y dejándome sentada en la silla de la esquina pensando estupideces.
No es fácil ser muy mayor para unos, muy pequeña para otros. Consecuencia de los 20 años que se llevan mis padres, supongo. Tampoco es agradable ser muy mala para unos, muy mojigata para otros. Consecuencia de la diferencia de ideología de mis padres, supongo. No es grato ser la única con el cabello rizado en la familia y responderle tan seguidamente a las tías viejonas que no pienso echarme la cremita para relajar las hondas. Consecuencias de la genética, seguramente.
Cranear un post durante todo el agasajo familiar y desarmarlo ante una mala noticia. Que el cáncer le volvió al familiar que me meaba cuando usaba pañales. Mala vaina. Querer llorar y no hacerlo por no quedar como la recién conocida prima sensible de toda esa gente alegre. Miro por la puerta, quiero agarrar un taxi. Me quiero ir. ¡Me jodo! Por ser tan desubicada y haberme perdido en el camino no me lo van a permitir.
Llegar a la cama y llorar. Calmarme y pensar: "¡Wow! Qué bonita soy. Hasta después de llorar me veo bien."
Gracias, vida, por mis padres.