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Trataba de llevar una vida normal, pero resultaba imposible. Perseguida por recuerdos, se refugiaba en múltiples vicios para aplacar el sentimiento de soledad que a diario la abrazaba. Al caer la noche, se topaba con una sufrida realidad. Sufría porque quería. A su alrededor había millares de ángeles que jugaban a ayudarla y rasgaban sus alas a fin de verla a volar nuevamente. Eran intentos fallidos.
Los días se iban, uno tras otro, añorando los encuentros con un ser terrenal que la hacía evocar la felicidad de otrora al regalarle sonrisas a cambio de comentarios estúpidos. Cerró los ojos. Soñó. Fingió pensar que no había surtido efecto en su vida la llegada de aquel encantador mortal de mirada perdida y, aunque engañaba a su entorno, resultaba imposible mentirse a sí misma. Demasiado tarde. Pocos días fueron suficientes para tallar su nombre en su corazón.