septiembre 28, 2009

VIDA SIN OBRA DE UNA RAPSODA ASFIXIADA

A sus 54 años, Rosario era una mujer solitaria y obsesionada con los escenarios. Desde niña soñó con alcanzar la fama, llenar salones y bares, con estampidas de gente que morían de ganas por escuchar su música, tenerla cerca y llevarse a casa un poco de su alegría.

Creció con ese deseo que abrazaba cada uno de sus huesos y le impedía hacer otra cosa en la vida distinta a cantar, tanto así que ni el cáncer pudo frustrar su ilusión…
...................................................

Esa mañana de abril, una multitud conformada por familiares, amigos y conocidos atiborraban la sala 3 de la funeraria para darle, en medio de lágrimas, un último adiós al silencioso cuerpo que yacía en el floreado ataúd.

septiembre 11, 2009

LISA

Hace un año Lisa decidió abandonar el tratamiento sugerido por su especialista a fin de probarse a sí misma que era capaz de vivir tranquilamente sin ayuda de fármacos. Con el paso de los días notó que no hubo inconveniente alguno. Desde ese momento supo que estaba sanada y bañada en lágrimas de tranquilidad hizo público su descubrimiento.

Los primeros meses fueron de felicidad, para ella y para quienes la rodeaban. Fueron perfectos hasta que la eterna solterona de la familia recibió un ramo de rosas diario durante 40 días. Todos se acercaban, llenos de curiosidad, para averiguar la identidad del remitente y, de paso, para comentar unos con otros quién podría haberse fijado en semejante esperpento.

Con la correspondencia llegaron las cartas; incomparables documentos delicadamente elaborados, hechos a la medida de los gustos de Lisa: una réplica de su letra y de su repertorio, con los colores que a ella le gustaban, con aromas que la hipnotizaban… Fue ahí cuando la especulación se convirtió en el pan diario y los comentarios relacionados con su cordura estaban en boca de todos. “El tío no es de aquí”. “Se trata de una broma”. “Ha de ser tuerto, ciego o cojo”. “Es un enfermo terminal”. “Es otra mujer”. Las extrañas, e incluso graciosas, teorías se convirtieron en el pasatiempo predilecto de familiares, parientes, vecinos y amigos. Todos llegaban a la misma conclusión: la interrupción del tratamiento había hecho flaquear la sensatez de Lisa, al punto de enviarse flores, escribirse cartas e inventarse un enamorado para sacudir la soledad de su imagen.

Lisa siempre se cuidó de andar en boca de la gente y ser tildada de loca la consumió. De hecho, la mató. Pero más aun, la tristeza que se apoderó de su ser al darse cuenta de lo subestimada que era en asuntos del corazón, el ser creída incapaz de encontrar un alma gemela que la amara y la aceptara con virtudes y defectos.

Para sorpresa de todos, al séptimo día el rezo de la novena fue interrumpido por una llamada. La madre de Lisa quedó paralizada al escuchar al otro lado de la línea a un tipo con acento extranjero que decía llamarse André, preguntar por Lisa.