abril 12, 2014

ESPEJISMO

Abría un poco los ojos para que no se notaran las lágrimas que estaban a punto de caer. Cabizbaja, pensaba que quizás se hubiese equivocado. Mientras él se aferraba a su brazo para no tropezar y balbuceaba palabras imposibles de entender, ella se aferraba a la creciente ilusión  con ese que tanto la hacía sonreír. A fin de cuentas, resultaba más placentero imaginar sus cuerpos fundirse en un juego sin fin que lidiar con el beodo con el que había decidido pasar el resto de su vida.

febrero 12, 2014

¿QUIÉN...?

A pesar de haber agotado todos los recursos, me pedía que lo intentáramos una vez más, por el niño. Odiaba que siempre usara esa razón para hacerme desistir de separarnos. Por años fue lo mismo, peleábamos una o dos veces por semana, yo me entusiasmaba a hacer maletas y devolverme temporalmente a casa de mis padres y ella lo despertaba, lo hacía llorar y me hacía dudar. En esas me tuvo hasta que el niño dejó de serlo, fue a la universidad y de la nada llegó un día con cara de haberse tirado el semestre a decirnos que debía hablar con nosotros. 

En ese entonces, me tenía harta. Lo único que hacía era irse de tragos con los amigos y cuando estaba en casa era el televisor quien ocupaba mi lugar en su mente. Estuve en ayuno por varias semanas y decidí que lo mejor era regalarlo, pero compró otro. Siempre amenazaba con irse como un cobarde en lugar de quedarse a luchar por sacar adelante a nuestro hijo. Todo el tiempo pensé que tenía otra y que era esa la razón por la que me rechazaba, como si le diera asco. Lo peor fue cuando Carlitos fue a la universidad, jamás estuvo ahí para ver el demonio que tenía nuestro hijo dentro y la clase de amigos con que se juntaba. El niño nos sentó un día, después de comer porque tenía algo importante que hablar con nosotros. 

¡Me salió marica el pelao! ¿Qué mierda hice para que mi único hijo me pagara así? La culpa es de ella, se la pasaba todo el día en la Iglesia y cuando no estaban las amigas escandalosas que tenía orando y gritando pendejadas en el nombre de Jesús para que yo dejara de hacer esto o empezara a hacer lo otro. Carlos Andrés  intentó hacerme entrar en razón, me dijo que no era culpa de nadie, que simplemente le gustaban los hombres y ya. Pero no me podía permitir esa vergüenza. Una familia de abogados no podía darse el lujo de tener una pasarela en lugar de una oficina seria y de prestigio.

Carlitos es gay. Hubiese preferido que nos dijera que había preñado a alguien, pero no. En él había un espíritu de homosexualidad que obviamente era culpa de Carlos. No estuvo ahí el tiempo suficiente para criarlo conforme a la Palabra de Dios, para enseñarlo a ser un hombre o, simplemente, para detectar a tiempo su mal. Mi vida se derrumbó y recordé todas las veces que a punta de gritos lo despertábamos de tanto pelear y él se quedaba mirando lejos, como si entendiera más que nosotros las cosas de la vida. Los odio a los dos. No sé por qué Dios me castiga así.

Mis papás están enfermosDijo Carlos Andrés antes de pedirle al pastor permiso para retirarse.

enero 22, 2014

NO SE VAYAN A VIVIR CON SU PAREJA (II)

Logras rehabilitarlo. Ya no fuma, no toma, no sale sin ti. Dejó de ser un pollerón y, gracias a Dios, todavía no conoces a tu suegra. Le cambiaste el closet, le botaste el bóxer raído que se ponía con tanta frecuencia, dejó de comer con cuchara, es más cariñoso contigo, ya no escucha a Ricardo Arjona. Ha cambiado por ti y para ti y eso te encanta. Cuando crees que todo va perfecto, te encuentras con que aún queda trabajo por hacer: se suena la nariz en la calle, le tienes que pedir que haga algo más de tres veces para terminar haciéndolo tú, deja la estufa sucia cuando cocina y, lo que se ha convertido en tu peor enemigo, deja su cabello por todas partes. Cuando estás sola en la casa es imposible no recordarlo mirando al piso, abriendo la nevera, doblando la ropa. En todas partes encuentras hebras de su melena, pero lo que más te enoja es encontrar una maraña en el desagüe del baño, agacharte, botarlos, para al día siguiente encontrar nuevamente el mismo espectáculo. Le gritas y deja de hacerlo por unos días. A la semana, nuevamente ocurre. Hay días en los que no sabes si detestarlo o destetarlo -o doblar un periódico y pegarle- y... te resignas.

Es hombre. No va a cambiar.

enero 07, 2014

V

Te levantas pensando que, nuevamente, te toca ir a cumplir horario en ese trabajo que has aprendido a detestar. Ese mismo que te quema profesionalmente y que sólo es una solución temporal a la que accediste esperando que saliera algo mejor. Recuerdas tu horrible perfil de recién egresado y te conformas un poco con pensar que la quincena se acerca. Aún así, no eres feliz. Hay días en los que llegas, das los buenos días y te provoca salir corriendo hasta desgastar los zapatos. Decides no ir. De curioso, abres páginas de ofertas laborales y evitas las lágrimas al ver que los que te gustan, no te sirven, los que te sirven, no pagan bien y los que pagan bien, no te gustan. "¿Para qué estudié esta carrera de mierda?" Te lo preguntas una y otra vez, sin encontrar respuesta satisfactoria. El ocio te gana y descubres que tu pareja, a pesar de todo el tiempo juntos, no deja de mentir a sus padres con respecto a la relación que lleva contigo. "Mi suegra no gusta de mí. Al menos una opinión menos que aguantarme." Sonríes aliviado. Tu mente empieza a divagar y bajas de la nube en la que te encuentras justo cuando notas que tu jefe te ha estado llamando. Ignoras las llamadas y decides que es un buen día para hacer uso del paupérrimo sistema de salud al que aportas felizmente.