agosto 08, 2017

#1

Desperté con un profundo deseo, de esos que no me abrazaban hacía muchísimas lunas. Aún estaba oscuro y, en lugar de conciliar el sueño, te pensé.

Recordé tu forma de besarme, como si fuese la última vez; tu sonrisa, capaz de anular mi voluntad; recordé una y otra vez el sabor de tu piel y lo bien que encajan tu cuerpo y el mío. A este punto creerás, querido, que sólo pensé en ti de esa forma. Pero no fue así. Mi rostro evidenció una fugaz sensación de alegría al concluir que eres mucho más que eso para mí. Cerré los ojos y te ví, aferrado a mi cintura.

Por un instante observé tu abrumadora perfección e incluso sentí el frío apoderarse de mis huesos al notar que eras sólo un sueño y que te irías si abría los ojos.

Desperté y ahí estabas, rodeado de mi sonrisa, de mi cordura, de mis ganas eternas de abrazarte y de seguir descubriéndote.

Qué equivocada estaba. Esta mañana al abrir los ojos lo único que desapareció fue el miedo.