—Me aburrí de imaginarte y
simplemente voy a hacer esto.
Eso fue lo que dijo antes de
abalanzarse sobre mí e intentar besarme sin importarle quién pudiera vernos.
Quise detenerle y, como de costumbre, sólo di para hacerle otra pregunta
innecesaria relacionada con su matrimonio.
—Las cosas están bien por allá.
Nuevamente, mi cabeza dio vueltas
tratando de encontrar la razón por la que quería estar conmigo si con su pareja
todo marchaba de maravilla. Lo único diferente fue que esta vez no tardé mucho
para pensar al respecto y, aún sin respuesta, decidí ser complaciente. Le besé
y, sin las maricadas de la gente que se ama, todo fue más claro.
Por la forma en la que todo se
dio terminé por concluir que el problema no era ningún problema. Sólo era yo,
que sin explicaciones existentes, tenía la facultad de enloquecerle.
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