noviembre 23, 2013

ALLÁ

Una discoteca es un lugar extraño para conocer a alguien. Digo. La música, que especialmente no es de tu preferencia. Los peinados, que seguramente tomaron horas para ser armados, deshechos por el sudor. La avalancha de poses para obtener infinidad de comentarios en las fotos. En fin, todo. Todo eso que nunca antes calificó como una opción de diversión para ti y que, de repente, estás haciendo sencillamente porque tu pareja de dejó y la sociedad indica que debes salir de la rutina para olvidar. Sientes que no perteneces a ese ni a ningún otro sitio y estás a punto de tirar la toalla con esa faceta divertida y descomplicada que pretendes mostrarle a quienes te rodea y, de repente, ahí está.

Le ves, de forma descarada y con firme intención de hacerle notar tu mirada y, cuando menos lo esperabas, te encuentras cerca a su oído, hablando estupideces para ahogar el sonido de aquello que ni en pesadillas escucharías. Te gusta, sin saber por qué y, al parecer, le gustas. Entras en conflicto con tu conciencia y discutes los pro y los contra de llevarte a esa persona con la que llevas no más de una hora hablando a tu casa porque, sin más razón que la improvisación, se acaba de convertir en una necesidad para ti.

Pasan los días y tratas de ignorarle. A ratos no puedes creer que entre tragos haya terminado en tu cama. Vuelve a pasar, una y otra vez. Hablan y deciden dejar que todo fluya con total libertad y sin ponerle nombre a las cosas, porque lo menos que buscas es otro enredo en tu vida. Siguen de acuerdo al plan.

De un momento a otro está dentro de ti y te dice que no quiere que seas de más nadie. Lo piensas durante unos segundos y te das cuenta que encontraste tranquilidad a su lado.

***

...Y pensar que le encontraste en una discoteca.

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