abril 21, 2012

DOLORES


Fingí estar borracho, cuando en realidad eran pocas las cervezas que traía encima. Fue quien abrió la puerta y de inmediato supe que ella y su minúscula pijama se me insinuaban. Con cada movimiento, su estrecha cintura se arqueaba. Cualquiera lo hubiese interpretado como una invitación a darle placer.

La muy desgraciada intentó esquivar sin éxito el primer beso que le dí. Me decía que me quedara quieto, que podía despertarse alguien. La verdad, no pensé en eso. Mi mente era ocupada por completo por el deseo que tenía de arrancarle la ropa a esa malcriada niña que vi nacer. 

¿En qué momento creció tanto? ¿De dónde salieron todas esas curvas? ¿Por qué se resistía a mis caricias? Todo eso pensé mientras se escabullía para irse corriendo a su habitación. Tomé agua para pensar más claro. En efecto, lo hice. Al darme cuenta que la puerta no estaba trancada, deduje que si la había dejado así, era porque quería que entrara.

Ahí estaba. Medio arqueada. Sus nalgas saltaron a mi vista. Encendí la luz y le indiqué que viniera conmigo. Se negó. Entonces fui por ella. La inmovilicé para poder besarla. No entendía por qué había tanta oposición de su parte. Sé que le gustó lo que le hacía por más que me pedía que me fuera a dormir. Su mirada... Era de odio, pero escondía lascivia, deseo. Al meter la mano bajo su blusa sentí algo extraño. ¿Plástico? En efecto, tenía forrado un nuevo tatuaje. Se escudó en el dolor que sentía para convencerme. Lo logró. 

Me fui a mi habitación. No sin antes besarla mucho y demostrarle que de sus labios carmesí, podía ser el dueño cuando quisiera.

Esta mañana, al despertar la pensé mucho. La deseé. La saludé como si nada hubiese pasado. Porque en efecto, nada pasó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario