abril 13, 2012

HILDA


Cuenta mi tía que a raíz de la muerte de su abuela, comenzaron los problemas de presión de la mía. Eran constantes ataques, tres por día incluso. El desconocimiento de muchos males y la falta de información en la época, daban para pensar en ataques demoníacos como respuesta a cualquier interrogante. Ningún exorcismo funcionó.

-Guille tenía el cabello largo - Me dice- Pero con el tiempo fue quedando con el cabello corto, como tú. En sus desmayos, era normal que las vecinas le cortaran mechones para quemarlos y ponerlos bajo su nariz a ver si la traían de nuevo. Tú sabes, ese olor era más fuerte que el del alcohol. O de no, hija, le pasaban por los pies un cepillo de esos de lavar ropa.

Ahí mi cerebro se desconecta. Viaja al pueblo a evocar los pies de mi abuela. Efectivamente eran unos pies muy maltratados. Pero creí que no era más que un efecto de su invalidez.

-Un día - continúa mi tía- lo del cepillo no sirvió. Calentaron agua. Pero yo, que era una niña curiosa metí un dedo en la olla. El agua estaba hirviendo. Imagínate, le hubiesen quemado los pies a Guille. Aunque yo creo que eso no fue de mala fe, sino el mismo afán por hacerla reaccionar.

Pienso nuevamente en la silla de ruedas de mi abuela. En lo doloroso que era visitarla y verla postrada. En lo impotente que me sentía al saber que sus ojos no podían ver lo mucho que había crecido. En la paz que sentí cuando por fin pudo descansar de este mundo. Escucho y asiento en silencio. No sé qué decir, sólo pienso en ella y en cómo la vi desmejorar...

-Esa fue una de las herencias hija... Yo sufro de la presión y le heredé eso a mis cuatro hijos. 

Mi tía enciende el televisor, mientras busca algo para calmar la sed. Comenta sobre la Cumbre e incluye en la conversación a su amado esposo. Le describe todo lo que ve. Mi tío, hace unos años también dejó de ver...

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