noviembre 08, 2012

FRACCIONADA

Andrea sacó las llaves del bolso, entró a su casa y, se sintió tan ajena que, tras dejar las cosas y quitarse el uniforme, decidió que lo mejor era salir a caminar. Había tenido un día como todos los demás. Aburrida de vivir de un oficio que cada día odiaba más, sacó el primer cigarrillo. ¿Recaer en el vicio? ¿Qué más da? Al fin y al cabo no tenía quién se sentara a su lado para decirle que moriría de cáncer. Caminó con la mente en blanco, contando los vehículos que pasaban a su izquierda y regando cenizas por la derecha. 

No hacía mucho Roberto la había dejado embarcada en un romance lleno de mentiras y con ganas de volcar en él todo el amor que había guardado por tanto tiempo. A lo mejor estudiar otra carrera le ayudaría. Manteniendo la mente ocupada se olvidaría poco a poco de sus frustraciones actuales y, a punta, de parciales y entregas, se estresaría por ideas valiosas. 


El sonido de notifiación la trajo de vuelta al sillón. Lo cierto es que, Andrea no salía nunca. Ni a fumar, ni a purgar sus penas, ni a diluir en lágrimas su tristeza. Andrea sólo se sentaba frente a una ventana a mirar cómo su alma se iba de paseo mientras llegaba la hora de ir a dormir.

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