septiembre 20, 2012

DISPERSA

Se volvió tan dependiente que, a punta de intuición, notaba cuando su basurero emocional salía a untarse de vida y se inventaba nuevas formas de sufrir, sólo para cerciorarse de cuán incondicional era su amistad. Idolatraba tanto a Marta que a todos les hablaba de ella. En cualquier momento. En cualquier lugar. Era su alma gemela, su eslabón perdido. Su obsesión por ella era tal que celebraba en silencio sus fracasos amorosos y a diario deseaba con todas sus fuerzas que nunca encontrara a alguien que se amoldara a sus ideales. 

No era egoísmo, estaba protegiendo lo que creía suyo. Cegada por su necesidad de ser siempre quien figurara, la descuidó. De un día para otro, Marta consiguió empleo al otro extremo del país. Se fue sin despedirse y prometiéndole que no perderían contacto y que su relación era tan sólida que la distancia sólo la fortalecería. Eso la calmó. Y así fue. Marta la llamaba a diario. Se mantenía al tanto de su salud mental hasta que encontró marido y se distanció paulatinamente. Hubo ocasiones en las que por mucho que intentara hablarle, Marta no contestaba su celular y era como si se la tragara la tierra. 

El fin de semana tuvieron una pelea fuerte. La respuesta de Marta tras 68 llamadas perdidas, 10 mensajes de texto y 2 correos fue: "Milena, déjame culiar en paz con mi esposo."

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